Se vienen tiempos difíciles

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20 / 11 / 2017

Cristóbal Rovira, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP
Cristóbal Rovira, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP

Todo indica que este domingo Sebastián Piñera ganará la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Chile. Sin embargo, es poco probable que obtenga más del 50% de los votos y, por tanto, el día 17 de diciembre habrá una segunda vuelta presidencial. No hay incertidumbre respecto al principal rival de Piñera: se trata de Alejandro Guillier, el senador independiente que se identifica con el gobierno de Michelle Bachelet y es apoyado por la gran mayoría de partidos detrás de este. Dado que las encuestas indican que Piñera obtendrá cerca de un 45% y Guillier alrededor de 25%, pocos dudan de que Piñera ganará la segunda vuelta presidencial.

Producto de lo anterior, muchos piensan que esta elección refleja un triunfo de la derecha y un desgaste de la izquierda. Sin embargo, la realidad es bastante más compleja por un factor crucial: la abstención electoral. Desde la recuperación de la democracia en adelante, las elecciones en Chile han venido mostrando un continuo declive en el número de votantes. Mientras en las elecciones de 1989 cerca del 90% del electorado concurrió a las urnas, en las elecciones municipales del año pasado fue tan solo 35%. Esto quiere decir que en aproximadamente tres décadas el nivel de participación electoral ha caído en más de 50 puntos porcentuales.

No es fácil predecir el nivel de participación para las elecciones del día domingo, pero con seguridad votará menos del 50% del electorado. Aun menor será el nivel de participación en la segunda vuelta. En consecuencia, el triunfo de Piñera no muestra un fortalecimiento de la centroderecha, sino que se debe más bien a su capacidad de movilizar a un segmento de votantes duros que se identifican con las ideas detrás de su campaña. En efecto, es altamente probable que el número de personas que vote por Piñera en estas elecciones sea menor al que votó por él en las elecciones del 2009-2010.

El triunfo de Piñera refleja que la derecha no ha sido capaz de expandir su base de apoyo electoral y esto ciertamente representará un gran dolor de cabeza para el futuro gobierno. De hecho, gran parte de la centroderecha chilena es ciega a dos realidades que muestran que sus ideas son minoritarias.

Por un lado, los datos indican que la sociedad chilena se ha vuelto cada vez más liberal en términos morales. Basta decir que la reciente aprobación de la ley de aborto en tres causales impulsada por Bachelet es apoyada por aproximadamente dos tercios de la ciudadanía.

Por otro lado, la sociedad chilena cada vez tiene mayor malestar con los niveles de desigualdad existentes y, por lo tanto, las recetas de libre mercado extremo tienen un apoyo minoritario. Tal como indica un reciente informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), mientras en el año 2000 la mitad de la población opinaba que es injusto que aquellos que pueden pagar más tengan acceso a una mejor salud y educación, hoy en día dos tercios de la sociedad chilena opinan que esto es injusto.

Dado que importantes sectores de la centroderecha creen que sus ideas son hegemónicas en la sociedad, el futuro gobierno de Piñera más temprano que tarde será rechazado por la gran mayoría de la población. Esto facilitaría la rearticulación de movimientos sociales que demandarán reformas estructurales en el sistema de pensiones y en el sistema educacional. En consecuencia, Piñera tendrá escaso margen de maniobra para gobernar hacia la derecha y su tarea va a consistir más bien en contener la presión de la calle. Navegar en estas aguas requiere cualidades políticas que son bastante escasas en la centroderecha chilena. El eslogan de campaña de Piñera: “Se vienen tiempos mejores” será prontamente reemplazado por uno bastante menos triunfalista: “Se vienen tiempos difíciles”.

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