El problema de los partidos nuevos

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06 / 08 / 2018

Los partidos políticos tradicionales pueden ser lo peor que hay, pero aparecen menos malos cuando se les compara con los nuevos que, pese a prometer una nueva forma de hacer política, cuentan entre sus filas con esos políticos conflictivos que hacen carrera peleándose con un partido para saltar a otro.

Uno de los problemas más complejos que enfrentan los nuevos partidos políticos es que a menudo admiten como militantes a personas que tienen un conflictivo historial previo de militancia. Cuando un político inicia un nuevo emprendimiento, junto a los militantes nuevos sin militancia previa que entran al movimiento llegan aquellos que se han peleado con las agrupaciones en que participaron con anterioridad. Por eso, en un sistema de partidos institucionalizados como el chileno, si bien regularmente aparecen nuevos partidos y movimientos, resulta difícil que se consoliden en el tiempo. Las tensiones que generan los militantes con antecedentes políticos conflictivos a menudo terminan por matar a las nuevas organizaciones políticas.

Después de que por varias elecciones hubo dos coaliciones dominantes en el Congreso -la de derecha, compuesta por dos partidos, y la de centroizquierda, compuesta por cuatro (y cinco, desde la incorporación del PC en 2013)-, el actual tiene legisladores de 16 partidos. Si bien 123 de los 155 diputados militan en los siete partidos tradicionales (PC, PS, PPD, PR, PDC, RN y UDI), hay otros nueve con representación en la Cámara en este período.

En parte, el aumento en el número de partidos responde a los cambios en el sistema electoral. Mientras más proporcional el sistema, más baja la barrera de entrada para que un partido alcance su primer escaño. Si con el sistema binominal un tercio de los votos garantizaba un escaño en cada distrito, con la nueva forma electoral basta un 11,1% de los votos en los distritos con ocho diputados para asegurarse un escaño.

La mayor proporcionalidad del sistema tiene sus beneficios y costos. Por un lado, amplía el rango de partidos y movimientos que tienen voz y voto en el Congreso. Por otro, hace que sea más difícil que un solo partido o coalición tenga mayoría, por lo que dificulta la formación de acuerdos, en tanto hay más partidos sentados en la mesa.

No hay sistemas electorales mejores que otros. Todos distorsionan de distinta forma la voluntad popular, favoreciendo en algunos casos a los partidos con menos votación -como los sistemas más proporcionales- y en otros a los partidos con más apoyo -como los sistemas mayoritarios-. Cada país decide, a través de sus propios procesos legislativos, el sistema que tendrán. Pero es inevitable que, adoptada una nueva reforma electoral, las distorsiones que producía el viejo sistema sean reeemplazadas por las que genera el nuevo sistema electoral (que, por cierto, siempre es vendido como una mejora en la calidad de la democracia).

Por ejemplo, bajo el sistema binominal, algunos candidatos con baja votación lograban ser ‘arrastrados’ a un escaño en el Congreso gracias a la alta votación de sus compañeros de lista. Eso hacía que candidatos de otros pactos políticos quedaran fuera de la Cámara pese a que individualmente habían obtenido más votos que los arrastrados. En la elección de 2013, hubo 10 candidatos a diputados que fueron ‘arrastrados’ -lo que representa un 8,3% de la Cámara-. Con la eliminación del sistema binominal y la adopción de un sistema más proporcional, la posibilidad de que hubiera arrastrados aumentó; en tanto, como se eligen más de dos diputados por distrito, un candidato con alta votación puede arrastrar a más de un candidato con menor votación. En noviembre de 2017, hubo 29 casos (18,7% de los 155 escaños) de candidatos que fueron arrastrados por la alta votación de compañeros de pacto, dejando fuera a otros candidatos que individualmente obtuvieron una votación más alta. Aunque en su momento muchos celebraron el fin del binominal, pocos anticiparon que el nuevo sistema produciría una mayor presencia de candidatos que, con poca votación, ganan escaños arrastrados por compañeros de lista más populares.

El nuevo sistema electoral también permite mayor proporcionalidad, lo que significa que baja la barrera de entrada para conseguir un escaño. A su vez, eso produce mayores incentivos para que se formen nuevos partidos políticos. La proliferación de partidos inducirá a una mayor presencia de legisladores tránsfugos que se cambian de partido o renuncian a los partidos en que fueron inicialmente electos. La proliferación de nuevos partidos alimentará la presencia de políticos conflictivos que saltarán de un partido a otro. En cada nuevo partido aparecerán caras conocidas de la política que dejaron sus partidos anteriores por conflictos y peleas. Al cabo de un tiempo, esos políticos conflictivos volverán a verse involucrados en conflictos y emigrarán nuevamente a otras tiendas en proceso de formación.

Por eso, parafraseando a Winston Churchill, podemos concluir que los partidos políticos tradicionales pueden ser lo peor que hay, pero aparecen menos malos cuando se les compara con partidos nuevos que, pese a prometer una nueva forma de hacer política, cuentan entre sus filas con esos políticos conflictivos que hacen carrera peleándose con un partido para saltar a otro.

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