Columna de Claudio Fuentes: Q.E.P.D.

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Claudio Fuentes - The Clinic

30 / 04 / 2021

El viejo orden acomete sus últimos respiros. Las instituciones antiguas se degradan. Ya no vale la pena defender un “orden institucional”, pues aquel orden ya no existe. Pero como aún no se llega a definir un nuevo orden, los actores políticos e institucionales tienden a reaccionar desde sus pequeños espacios de poder intentando salvarse a ellos mismos más que a la República en su conjunto. Como no existe un marco institucional al cual aferrarse—un cuerpo de reglas comúnmente aceptadas—la lógica política exacerba los atributos individuales de ciertos personajes. La república depende cada vez más de personas, de individuos de carne y hueso que nos conducirán o al precipicio o a la salvación.

El viejo orden fue desahuciado el 15 de noviembre de 2019. A partir de entonces vivimos una transición hacia una forma de convivencia distinta, pero que todavía no está definida. Ello provocó el descentramiento definitivo de las instituciones. La figura presidencial—en tanto institución republicana—perdió todo su valor. También lo hizo la Constitución vigente, el Tribunal Constitucional, el Congreso, y así sucesivamente. Aunque formalmente seguimos regidos por la Constitución y aunque se sigan desarrollando los ritos institucionales, a nivel político y societal el viejo orden comenzó a desaparecer. La lógica vigente hasta ese entonces donde el Poder Ejecutivo controlaba y orquestaba el ritmo de los aconteceres políticos y legislativos se desvaneció.

Se trata de un momento mucho más fluido y líquido donde el poder se diluye y distribuye entre las y los legisladores en el Congreso, los partidos políticos, y los actores sociales que con más o menos astucia aprovechan la oportunidad para movilizar y materializar sus propias agendas.  En este estado de las cosas, se expande la imaginación para interpretar y reinterpretar lo que es o no es Constitucional; se diluyen las fronteras entre lo que está o no está permitido; se abren las posibilidades para discutir lo que antes estaba prohibido.

La crisis del viejo orden permea no solo al Poder Ejecutivo y al Legislativo, sino que se instala en todas las instituciones del Estado y particularmente en aquellas que están más expuestas al conflicto societal: El Tribunal Constitucional y Carabineros, por citar a dos de las más relevantes.

Para poder navegar las aguas de esta transición de régimen—del viejo al nuevo orden—resultaba fundamental comprender esta coyuntura. Los eventos de esta semana han demostrado que el Presidente de la República no lo entiende—o tal vez no lo quiere, o quizás no puede entenderlo. Desde la eclosión del 18 de octubre de 2019 ha gobernado sin modificar en un ápice sus convicciones y estrategias. Piensa como si fuese gobierno de mayoría; considera que debe hacer primar la voluntad del Ejecutivo; y estima que el Congreso debe doblegarse a sus propuestas. Sigue utilizando sus poderes formales para intentar hacer valer sus propias convicciones.

Nunca comprendió que la mayoría electoral de 2018 no era suficiente para gobernar. Para avanzar sus proyectos necesitaba de una mayoría legislativa que nunca tuvo ni tendrá. Tampoco entendió que después del 18 de octubre de 2019 perdería aceleradamente el apoyo político de su propia coalición. Menos ha comprendido que las instituciones dejaron de funcionar como solían hacerlo. El 7-3 que le dio el Tribunal Constitucional esta semana es quizás el reflejo más prístino de la incapacidad del Ejecutivo de avizorar, de comprender el momento que vivimos. Mientras en el Congreso Nacional se aceptaba casi por unanimidad el tercer retiro, el Presidente insistía con tozudez, porfía y obstinación en un camino que lo conducía al precipicio.

El fin del viejo orden—que vivimos en forma acelerada—nos lleva a esta sensación subjetiva de vivir en estado de naturaleza, donde las reglas que conocíamos dejan de importar. Y como aquellas instituciones o normas ya no son relevantes, la condición humana nos hace buscar referentes individuales, personas, líderes o lideresas que nos puedan orientar. La política se transforma en una cuestión personal, de carismas. El Presidente de la República no ha estado a la altura del desafío constituyente. Sigue anclado en un repertorio idéntico al que ya conocemos: llama a acuerdos pero no los establece; habla de consensos, pero no los genera; convoca al diálogo, pero critica duramente a quienes deben encabezarlo.