El carro de la victoria del 5 de octubre

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08 / 10 / 2018

Ver a líderes de derecha subiéndose al carro de la victoria para conmemorar el trigésimo aniversario del triunfo del No es tan poco creíble como imaginar a lideres históricos de la izquierda chilena celebrando la caída del muro de Berlín. Si la derecha tiene algo que celebrar es su capacidad para hacer una transición hacia la democracia y convertirse en un sector que ahora defiende y promueve los valores democráticos.

Si bien el periodo democrático actual de Chile tiene en el 5 de octubre de 1988 su momento fundacional, resulta deshonesto e impropio conmemorar el trigésimo aniversario del plebiscito que puso fin a la dictadura militar como un momento de unidad entre los chilenos. Sería más adecuado celebrar los acuerdos que se produjeron antes y después del plebiscito que permitieron construir la democracia institucionalizada y estable que hoy poseemos. Que un gobierno que representa a buena parte de aquellos que votaron a favor de Pinochet celebre la fecha como un momento de encuentro democrático de todos los chilenos resulta oportunista.

La historia de los países siempre tiene momentos de unidad y momentos de división. En general, las elecciones y los plebiscitos representan a estos últimos, incluso a estados de tensión. Los ciudadanos deben decidir entre hojas de ruta distintas y posiciones encontradas. El hecho que los perdedores acepten las derrotas y los ganadores entiendan que deben gobernar para todo el país y no solo para sus adherentes sin duda constituye evidencia de madurez democrática y responsabilidad política. Pero, incluso en sociedades con profundas raíces democráticas y grandes acuerdos nacionales, las elecciones siempre tienden a polarizar posiciones.

El 5 de octubre de 1988, más que ninguna elección presidencial realizada posteriormente, los chilenos debieron decidir entre dos propuestas radicalmente distintas respecto a la hoja de ruta que habría de seguir el país. Aunque es imposible saber qué hubiera pasado si el Sí hubiera resultado ganador, sabemos que la victoria del No abrió el camino para la construcción de una democracia sólida y fuertemente institucionalizada. Los que entonces fueron partidarios del No (a un nuevo periodo de 8 años con Pinochet como presidente) pueden sentirse orgullosos de haber abierto una puerta que, con la ayuda de todos, ha llevado a Chile a ser un país líder en América Latina en desarrollo económico y consolidación democrática.

En cambio, los partidarios del Sí inevitablemente quedan en una posición difícil. Como su decisión —por los motivos que hayan tenido— constituyó un espaldarazo al dictador, el 5 de octubre es un día que inevitablemente —y comprensiblemente— prefieren olvidar. La alternativa es excederse en explicaciones, hablar del contexto, justificar su decisión de apoyar al dictador o, peor aún, intentar reescribir la historia y decir que votaron por el Sí, pero en el fondo querían votar que No o se sintieron felices que ganara el No. Es más digno ser respetuoso de la historia y abstenerse de subirse al carro de la victoria para celebrar el 5 de octubre como una fecha de unidad de todos los chilenos.

Los chilenos tenemos muchas razones para unirnos en torno a la democracia que hemos logrado construir. La responsabilidad por el país que tenemos hoy recae en los aciertos y errores de todos los líderes que han tomado parte en la construcción de nuestra democracia. Cada partido tiene razones para estar orgulloso. También hay momentos en la historia política nacional que avergüenzan a cada partido. Ningún partido es perfecto y, después de 28 años de democracia, nadie puede arrogarse superioridad moral sobre los otros.

Pero ver a líderes de derecha subiéndose al carro de la victoria para celebrar el trigésimo aniversario de la victoria del No es tan poco creíble como imaginar a lideres históricos de la izquierda chilena celebrando la caída del muro de Berlín. Es verdad que hubo mucha gente de izquierda que siempre criticó el muro de Berlín y nunca comulgó con la Unión Soviética, pero la izquierda está inevitablemente asociada a la experiencia de los socialismos reales de la época. Es más, la caída del muro fue un momento que obligó a la izquierda a repensarse y redefinirse. Afortunadamente, una buena parte de la izquierda chilena corrigió rumbo y logró liderar a Chile en la construcción de una democracia social de mercado entre 1990 y 2010.  Si la izquierda debe celebrar algo respecto a la caída del muro de Berlín, es precisamente la capacidad de reconocer errores y enmendar rumbo que tuvo después del fin de la Unión Soviética.

De igual forma, si la derecha tiene algo que celebrar respecto al 5 de octubre de 1988 es su capacidad para hacer una transición hacia la democracia y convertirse en un sector que ahora defiende y promueve los valores democráticos. Enhorabuena para Chile Vamos y para el país que ahora la derecha tenga innegables credenciales democráticas. Pero celebrar el 5 de octubre como una fecha propia de la que sentirse orgullosos parece una combinación de revisionismo histórico y oportunismo. Hay muchas mejores razones y momentos para que la derecha celebre su contribución a la democracia que el trigésimo aniversario del plebiscito de 1988.

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