Encontrado en Noticias

Encontrado en Páginas

Encontrado en Académicos

Encontrado en Egresados

Nada ha sido encontrado

Columna de Patricio Navia: La reforma política

10 / 05 / 2024

Patricio Navia – El Líbero

El intenso debate sobre la reforma política tiene más voluntarismo que realismo. Es difícil hacer reformas políticas en años electorales, cuando todos los actores comprensiblemente están con la calculadora en mano. Además, después de dos procesos constituyentes fallidos, la opinión pública está fatigada con el debate sobre reforma política.

Si a eso se suma una agenda cargada con proyectos de ley contra la delincuencia y las prioridades oficialistas de las reformas tributaria y de pensiones, no parece haber mucho espacio para que avance una reforma al sistema político. Lo que es peor, tampoco está muy claro cuál es la mejor forma de reducir la fragmentación del sistema de partidos y mejorar los mecanismos de rendición de cuenta para que la ciudanía sienta que sus representantes defienden los intereses de sus votantes y no los de sus partidos o sus intereses propios. Así las cosas, parece improbable e incluso inconveniente legislar con prisa sobre un tema en el que no existe un suficiente acuerdo.

Todos parecen concordar en que el sistema político chileno está en problemas. Muchos citan la fragmentación partidaria -la multiplicación de partidos en el Congreso- como una de las causas. No pocos atribuyen esa fragmentación al cambio del sistema electoral. Pero, si revisamos los datos, la fragmentación del sistema ya se venía dando desde antes. Es cierto que, en 2017, cuando entró en vigor el nuevo sistema electoral, hubo 16 partidos que ganaron escaños en la Cámara de Diputados. En 2013, en cambio, solo 10 partidos habían obtenido cupos en la Cámara. Pero inmediatamente después de la elección de 2013, se formaron dos nuevos partidos de derecha -Amplitud y Evópoli- cuando todavía estaba en vigor el sistema binominal. La fragmentación del sistema de partidos precede al cambio del sistema electoral -aunque se exacerbó a partir de 2017.

Es verdad que el sistema binominal obligaba a los partidos a formar grandes coaliciones para optimizar sus chances de ganar escaños. Después de la reforma de 2015, los partidos tienen más incentivos para crear coaliciones alternativas, en tanto cada distrito elige entre 3 y 8 escaños. Las barreras de entrada para ganar un escaño disminuyen cuando aumenta el número de escaños por distrito. Eso también impacta en los incentivos para los legisladores. Mientras más diputados haya por distrito, más difícil es que la gente sepa quiénes son. Los diputados trabajan para satisfacer a sus clientelas políticas y el resto del electorado no sabe a quién premiar o castigar en las elecciones.

Pero el sistema binominal también tenía problemas. Como el menos proporcional de los sistemas proporcionales, el binominal constituía un seguro contra la derrota. Las coaliciones podían asegurarse un 50% de los escaños -un escaño por distrito- apenas con un tercio de la votación. No había incentivos para buscar representar a las mayorías. Con 33,3% (más uno) de los votos comprabas el 50% de los escaños. Para alcanzar los dos escaños, había que doblar la votación de las otras coaliciones. Así, había pocos incentivos para representar a las mayorías y la competencia en esencia se daba al interior de las coaliciones.

Un sistema electoral más apropiado para Chile sería el uninominal -155 distritos con un legislador por distrito. Eso permitiría que la gente conozca a los diputados y les exija resultados. Además, para ganar, los diputados deberán atraer el apoyo de una mayoría de sus distritos. Con distritos más pequeños, los candidatos no necesitarán grandes cantidades de dinero para hacerse conocidos. Un sistema uninominal promovería la moderación y evitaría la elección de extremistas que sólo hablan a las minorías.

En cambio, las dos propuestas que hoy están sobre la mesa pudieran no solucionar el problema de la fragmentación partidista. Establecer una barrera de entrada del 5% de la votación nacional para ganar escaños haría que los partidos centren sus esfuerzos en las zonas más pobladas y olviden a las regiones menos pobladas. Incluir la opción de escoger a 4 o 8 diputados para mantener el registro partidista genera incentivos para que los partidos recluten a caciques locales populares como forma de mantener el registro. Además, bien pudiera darse el caso de que candidatos regionales altamente populares queden fuera porque sus partidos no lograron el 5% a nivel nacional.

La propuesta de perder el escaño en caso de renunciar al partido también es mala. Obligados a no renunciar, los legisladores simplemente se indisciplinarán y votarán contra la posición del partido. Será como esas parejas que siguen viviendo juntas pero que, por distintos motivos, no se pueden divorciar. La falta de cohesión partidista no se corrige forzando a los legisladores a seguir en el partido en el que fueron electos. De hecho, como los chilenos votamos en lista abierta -por candidatos, no por partidos- resulta difícil argumentar que el escaño pertenece más al partido que al candidato que lo ganó. Incluso cuando un candidato gana por los votos acumulados por los otros candidatos del partido, el ganador es aquella persona que obtuvo más votos en la lista. No se puede negar que en Chile el voto personal está asociado al hecho de que desde más de un siglo se vota por la persona y no por el partido.

Aunque no hay agua en la piscina ni es el mejor momento para hacer una reforma política, sí es importante comenzar a debatir cuáles son los cambios que más contribuyen a limitar la fragmentación del sistema. No está para nada claro que las dos propuestas que hoy están sobre la mesa -o la poco razonable propuesta de volver al sistema binominal- logren ese objetivo.

Por Patriccio Navia, académico de Ciencia Política UDP, en El Líbero.

Compartir página