Balance de una Intendencia: el Santiago de Claudio Orrego

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19 / 03 / 2018

La Intendencia no es una plataforma política de mucho reconocimiento. En la memoria nacional, Benjamín Vicuña Mackenna es quizás el único que ha destacado desde la misma, logrando ligar su nombre al de un Santiago que hacia la década 1870 comenzaba a experimentar la necesidad de reformas. El ambicioso plan de obras públicas que impulsó el Intendente, inspirada en una lectura reflexiva de la ciudad, le permitió afianzar su relación con Santiago.

De hecho, la ciudad reconoce hasta hoy en el hermoseamiento del cerro Santa Lucía o el proyecto de canalización del río Mapocho, proyectos realizados o diseñados durante su intendencia, algunos de los principales hitos urbanos de la capital. Se entiende a partir de ese trabajo la gravitación del también historiador, político e intelectual en su relación con Santiago, que ha ligado parte de su identidad a la figura del Intendente decimonónico.
No es simple ánimo de comparación partir recordando a Vicuña Mackenna para comentar la labor de su descendiente, Claudio Orrego Vicuña, a la cabeza de la Intendencia de Santiago durante el efímero gobierno de la Nueva Mayoría. Por sobre el parentesco, su relación tiene algo particular: su llegada al cargo el 2014 fue un aliciente para el ex alcalde de Peñalolén, curtido en la administración de un municipio promocionado como modelo de integración, donde podían convivir sin grandes conflictos sectores medios-altos y una considerable sociedad popular, a pesar de los resquemores por tomas y otras tensiones urbanas. Así, la figura de Orrego podía proyectar parte de esa experiencia a escala metropolitana y enfrentar las necesarias reflexiones y reformas a la ciudad neoliberal, de fuerte crecimiento por vía del mercado, pero con una notoria ausencia de la mirada pública sobre la misma.

Ahora, el anodino paso del ex edil por la Intendencia refleja también el ocaso político de la mirada urbana que tuvo su tienda política, la Democracia Cristiana, durante las últimas décadas. La falange forjó un fuerte compromiso con las problemáticas urbana en la segunda mitad del siglo XX, momento de un crecimiento explosivo de la ciudad: en el gobierno de Eduardo Frei Montalva, amplios programas de obras y políticas públicas se orientaron en el desarrollo urbano. Los alcances que tienen hasta hoy la creación del Ministerio de Vivienda y Urbanismo o el Metro de Santiago surgidos durante su administración reflejan su trascendencia hasta hoy. Pero tras la Dictadura, y aún gobernando bajo el mayor ciclo de crecimiento económico experimentado por el país, las administraciones democratacristianas de la Transición difícilmente podrían ser consideradas puntales para el desarrollo urbano nacional.

Si bien esto podría ser rebatido por los acólitos al centro político, ni la construcción de la línea 5 ni las concesiones pueden hacer olvidar los escándalos inmobiliarios de empresas como COPEVA, que con sus regalos de caballos fina sangre al Ministro de la Vivienda de la época (el también DC Edmundo Hermosilla) reflejaban el enquistamiento de una nueva lógica frente a la ciudad y lo urbano, en este caso dedicada al lucro a través de la vivienda social. De este modo, se dio la paradoja que la modernización material reflejada en la extensión del metro e infraestructuras viales junto crecimiento de los indicadores de calidad de vida urbana en algunas territorios particulares, la población de Santiago sigue atada un patrón de desigualdades donde malviven la vivienda social, el transporte colectivo, los servicios urbanos y el derecho mismo a la ciudad.

Así, su militancia DC hace que irremediablemente asociemos el rol de Orrego al de su partido. Y eso se manifiesta también en su obra: ¿cuál es el legado de Orrego en el cargo? En áreas verdes, el proyecto de parques ribereños al río Mapocho no vio más avances que una ciclovía improvisada en su lecho, mientras sitios eriazos abundan desde Quinta Normal al poniente. En el mismo ámbito, el parque metropolitano del cerro Chena surgió en una lógica de competencia con otros sectores carentes de áreas verdes, restando impacto al proyecto. La gestión urbana estuve en jaque con emergencias como aluviones, lluvias y nevazones, desnudando la incapacidad gubernamental para prevenir emergencias. No mencionemos la falta de sensibilidad con los vecinos y la ciudad en la promoción de una actividad privada como la Formula E, casi al cierre de su gestión. Quizás, lo único que resalte de su administración sea la puesta en debate sobre los guetos verticales, un intento de poner coto a los excesos de la política diseñada y promovida por otro correligionario suyo, el también ex alcalde y ex Ministro de Vivienda Jaime Ravinet.

Puesta en balanza, la obra de Claudio Orrego para Santiago parece más una performance política propia de nuestros tiempos, con una DC balbuceante y condescendiente con el mercado y sus intereses a la hora de construir ciudad. Ante la próxima elección de gobiernos regionales a partir del año 2020, cabe preguntarse si proyectos políticos como este tendrán la capacidad de hacerse cargo de los dilemas que enfrenta la mayor ciudad del país, o si solo apelarán a las maquinarias políticas y sus mecanismos de seducción. En medio de esa interrogante, ¿será Claudio Orrego un nombre para disputar ese cargo? Algo más tendrá que ofrecer el hasta hoy Intendente si decide dar ese paso, aunque la experiencia de estos últimos cuatro años le exijan una proyección bastante más enjundiosa si quiere ver ligado su destino al de un Santiago que requiere urgente una nueva reflexión.

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