Presidenta impopular, causas populares

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17 / 05 / 2016

Patricio Navia, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP.
Patricio Navia, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP.

Para ganar en 2017, los candidatos deberán saber distinguir entre sus críticas a la forma en que el gobierno ha intentado cumplir sus promesas y las populares metas con las que el gobierno de Bachelet se comprometió.

Resulta fácil pensar que la impopularidad de la Presidenta Michelle Bachelet es extensible también a las causas que ella abrazó como candidata y que su gobierno ha buscado impulsar. Pero el descontento con la implementación de las reformas que Bachelet prometió como candidata no significa que la gente haya abandonado su predilección por las causas. Bachelet pudo haber equivocado el camino, pero los chilenos siguen mayoritariamente convencidos de que quieren llegar a la meta que Bachelet delineó en su campaña de 2013.

Las encuestas más recientes han confirmado que la aprobación a Bachelet sigue por el suelo. Su caída en popularidad se dio en 2015, pero no se ha podido recuperar. Aunque el escándalo por los negocios de especulación inmobiliaria —consultorías varias y sospechas de tráfico de influencia— en que se involucró la empresa de su nuera, y en los que participó el hijo de la Mandataria, ya no capturan las primeras páginas de los diarios, Bachelet nunca logró recuperar la alta aprobación que alguna vez tuvo. Es verdad que su popularidad comenzó a caer antes de que estallara Caval y que el mediocre desempeño de la economía poco le ha ayudado. Sea como fuere, Bachelet parece encaminada a promediar un nivel de aprobación inferior incluso al que tuvo el Presidente Sebastián Piñera en sus cuatro años en La Moneda.  Después de haber pasado a la historia por tener la mayor aprobación presidencial en la historia del Chile post Pinochet, Bachelet también se quedará con el récord de tener la peor aprobación de cualquier gobierno desde 1990.

Las encuestas también muestran que la gente desaprueba la dirección por la que avanza el país. Los chilenos tienen una mala evaluación de las principales reformas de Bachelet. Una mayoría rechaza la forma en que avanzan la reforma educacional, la reforma tributaria y la reforma laboral. En todas las áreas de desempeño gubernamental, el rechazo supera a la aprobación respecto a la forma en que el gobierno hace su trabajo.

Peor aún para el oficialismo, los chilenos parecen preparados para que el primer gobierno de la Nueva Mayoría sea simultáneamente un debut y despedida. Las encuestas muestran que el ex Presidente Piñera es el candidato con mejores posibilidades de suceder a Bachelet. Si bien una amplia mayoría parece no estar convencida con ninguna de las opciones hoy disponibles, no hay ningún presidenciable de la centro izquierda que represente la continuidad del modelo de gobierno que representó Bachelet en 2013. Ni el ex presidente Lagos, ni la senadora Allende ni ninguno de los otros nombres de la Nueva Mayoría pueden ser considerados herederos naturales de Bachelet y de su hoja de ruta.

Parece comprensible entonces que haya personas que equivocadamente crean que el mal momento por el que pasa el gobierno de Bachelet representa también una señal de un giro profundo de los chilenos respecto a sus anhelos y sus sueños. Pero la opinión pública chilena sigue profundamente comprometida con las causas que llevaron a Bachelet a la presidencia por segunda vez.

Una amplia mayoría de personas cree que el lucro en la educación hace más daño que bien. Una mayoría de los chilenos quiere que el Estado se involucre en áreas que han sido de exclusiva participación del sector privado —como las farmacias, las ópticas e incluso los supermercados—. Los chilenos rechazan fuertemente el abuso y creen que la cancha es dispareja a favor de los empresarios. La gente cree que los empresarios son abusadores y que su dinero ha corrompido a la clase política. Aunque por años han aparecido líderes razonables que explican los problemas de implementar una política de esa naturaleza, la gente sigue convencida de que la educación superior debiera ser gratuita para la gran mayoría de personas. Por último —y aquí está la razón de por qué una parte importante de los líderes más ambiciosos de la derecha se han subido a la micro del proceso constituyente—, los chilenos quieren remplazar la Constitución de 1980 con una nueva constitución a través de un proceso participativo en que la gente sea protagonista.

La contradicción que existe entre una Presidenta impopular y la obstinada popularidad de las causas que ella abraza presenta un complejo desafío para los aspirantes a sucederla en el poder en 2017. Los chilenos están listos para ungir a un nuevo líder. Pero para poder ganarse la confianza de la gente, ese nuevo líder deberá ser cuidadoso en la forma en que se diferencie del legado de la Presidenta Bachelet. Por un lado, a nadie le conviene ser asociado a una Presidenta cuya popularidad parece irrecuperable. Por otro, las banderas que Bachelet ha defendido siguen siendo populares y generan adhesión en la ciudadanía. Para ganar en 2017, los candidatos deberán saber distinguir entre sus críticas a la forma en que el gobierno ha intentado cumplir sus promesas y las populares metas con las que el gobierno de Bachelet se comprometió.

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