¿Parálisis legislativa o retorno a la normalidad política?

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13 / 06 / 2018

A tres meses de iniciado su mandato, el gobierno del Presidente Piñera ha sido criticado por la aparente lentitud en la presentación de proyectos de ley. Aunque comparar este dato sea una pésima forma de evaluar la efectividad legislativa, es innegable que este gobierno tiene menos frenesí legislativo que el anterior. Pero el problema no es que haya presentado pocos proyectos de ley; el problema es que el segundo mandato de Bachelet (2014-2018) creía que la solución para cualquier contratiempo era un nuevo proyecto de ley. Por eso, la decisión de apretar el freno en su envío constituye una decisión acertada y razonable. Más vale enviar pocos proyectos bien pensados que proyectos mal diseñados, que terminan empeorando los problemas en vez de mejorarlos.

Resulta difícil evaluar el desempeño de un gobierno. Como éste debe administrar el Estado y adoptar reformas que permitan mejorar lo que no funciona bien, hacerse cargo de nuevos desafíos y potenciar las cosas que sí están dando resultado, hay distintos criterios para medirlo. La aprobación presidencial, la tasa de crecimiento, el empleo, la inflación, los indicadores de delincuencia o la cantidad de proyectos de ley enviados o de leyes promulgadas se convierten en los instrumentos que alguna gente usa para decidir qué tan bien está haciendo su trabajo el gobierno.

Pero la ideología de las personas también influye sobre la forma en que se interpretan estos datos. Para muchos conservadores y no pocos liberales, una participación demasiado activa del gobierno es señal de que se está gobernando mal. El ex Presidente estadounidense Ronald Reagan dijo una vez que las nueve palabras más temidas del idioma inglés eran: “Yo soy del gobierno y estoy aquí para ayudar”. El dicho de Reagan se inspiró en la famosa frase de Thoreau—a veces también erróneamente atribuida a Jefferson—de que “el gobierno que lo hace mejor es aquel que gobierna menos”. Cuando el gobierno se entromete demasiado en el quehacer cotidiano y busca sobre-regular el comportamiento y las interacciones de las personas, los resultados pueden ser nefastos. Por ejemplo, ahora que se ha desatado la polémica sobre el sexo registral de las personas y la posibilidad de que los que se identifican con un sexo distinto al asignado al momento de nacer puedan hacer el cambio respectivo, un defensor de la idea de un gobierno mínimo diría que la mejor solución es que el Estado simplemente deje de registrar el sexo de las personas cuando nacen.

En cambio, hay muchos progresistas que creen que el Estado es el único que puede garantizar que se cumpla el contrato social y que, por lo tanto, hay que dotarlo de todas las herramientas para cumplir ese objetivo. Aquellos que enarbolan las banderas de los derechos sociales o los que creen que los problemas se solucionan con la promulgación de una ley o incluso con la creación de un ministerio a menudo creen que el Estado posee, al menos en teoría, la capacidad de hacer que las sociedades funcionen mejor. En el extremo de esa postura están aquellos que creen en la planificación centralizada de la economía y en la nacionalización de los medios de producción. Pero aquellos que ven al Estado como un ogro benevolente, para usar la recordada frase de Octavio Paz, a menudo creen que las personas necesitan de una fuerza superior que haga prevalecer el contrato social. Para ellos, en el debate sobre el sexo registral, el Estado puede garantizar igualdad de derechos a las personas transgénero y también puede decidir cuándo y quiénes pueden optar por cambio su sexo registral.

Ahora que comienzan las evaluaciones sobre los primeros 100 días del gobierno de Piñera, no sorprende que la ideología nuble las lecturas que hacen distintas personas. Es un error aceptar de buenas a primeras que un buen gobierno es aquel que presenta más proyectos de ley. Es verdad que se necesitan nuevas leyes para corregir problemas y para enfrentar nuevas realidades. Pero el frenesí legislativo nunca ha sido un camino recomendable. Comparar la tasa de presentación de leyes de este gobierno con la que tuvo el gobierno anterior y a partir de eso llegar a conclusiones es tan erróneo como creer que mientras más rápido el latido cardiaco, más saludable es el paciente. Para ser consecuente con sus posturas de derecha, este gobierno debiera evitar caer en la lógica de que cada problema que enfrenta la sociedad requiere de una nueva ley. Porque los chilenos votaron precisamente para terminar con ese frenesí legislativo que presentaba proyectos de ley como un doctor que medica en exceso a sus pacientes, la administración de Piñera debiera defender la tesis de que, al menos en lo que a proyectos de ley se refiere, presentar menos proyectos de ley bien pudiera terminar siendo una mejor forma de gobernar.

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