#MeToo, un año después

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24 / 09 / 2018

En octubre de 2017 el abuso sexual y la violencia de género irrumpen gracias a este hashtag. Se instala la “sororidad” como catalizador de demandas sociales y se revela la transversalidad del acoso. Desde famosas actrices, estudiantes universitarias a otras víctimas salieron del silencio, y sin importar el tiempo, se atrevieron a decir “Yo también”. Especialistas ponderan las réplicas del popular tuit en Chile.

El 15 de octubre de 2017 la actriz Alyssa Milano publicó en Twitter: “Si has sido acosada sexualmente o abusada escribe ‘yo también’ como respuesta a este tuit”.

Sin planificarlo, la actriz daba forma al “Me Too” (Yo también), una simple pero significativa frase que visibilizó el abuso sexual y la violencia de género que muchas mujeres sufrieron por décadas.

La frase de Milano no era casual. Respondía al impacto que generaron las revelaciones de The New York Times, en que la actriz Ashley Judd, acusaba al productor de cine Harvey Weinstein de abuso sexual. La réplica fue instantánea.

Milano inspiró su hashtag en una frase acuñada en 2006 por Tarana Burke, una activista afroamericana de derechos civiles, que lo creó como apoyo a víctimas de abuso sexual.

Pero en 2017 #MeToo se transformó en campaña. El efecto más intenso se dio en países anglosajones, en ciertas industrias (entretenimiento, negocios), y en usuarios de redes sociales, dice Camila Mella, socióloga de la U. de Chile y directora de contenidos de La Rebelión del Cuerpo. “Logró catalizar demandas sociales que permiten desnaturalizar la desigualdad de género cotidiana”, señala.

Así tomó el sitial como un hito mediático para la nueva ola feminista, explica la historiadora María José Cumplido. “Porque justamente evidenció una violencia estructural que era cotidiana y muchas víctimas que habían sido silenciadas, por miedo a contar lo que habían pasado o a perder el trabajo, cuando aparece una mujer, envalentona a las demás, y ahí se ve claramente que hay una violencia cotidiana que se repite”.

El tema también se instaló en Chile y coincidió con el destape de los abusos sexuales que se cometían al interior de planteles educativos (colegios y universidades), dice Mella, “los cuales gatillaron las tomas y permitieron instalar una agenda feminista”, la que promovía una educación no sexista y demandó protocolos contra el abuso sexual, entre otras.

El 17 de abril, como protesta a los abusos y acosos sexuales de parte de alumnos, docentes y funcionarios, alumnas de la U. Austral iniciaron una toma. A los pocos días se sumó la Facultad de Derecho de la U. de Chile. Lo que después se multiplicó, hasta ser 29 universidades en tomas o paros.

Como resultado, las universidades se abrieron a discutir y elaborar protocolos para evitar abusos, y se comenzaron a exigir enfoques de género en las carreras. “No obstante, no ha habido condenas hacia los victimarios de violencia sexual y la mayoría de los protocolos contra abuso sexual no están listos”, cuestiona Mella.

Pero el #MeToo permitió a las mujeres reflexionar sobre el abuso y acoso sexual, destaca la socióloga Teresa Valdés, del Observatorio de Equidad y Género. “Empieza esta seguidilla de decir ‘yo también, yo también, yo también’, que tiene un impacto mucho más individual que en el gran movimiento que tiene sus acciones, sus marchas, etc.”.

Las demandas feministas se instalaron en los medios. Se revelan denuncias en contra de actores como Kevin Spacey y James Franco. La revista Time escogió a quienes rompieron el silencio (“Silence Breakers”), como Persona del Año 2017. Y en Chile la prensa dio a conocer los casos de los directores Herval Abreu y Nicolás López, acusados por mujeres que por años no revelaron sus experiencias, pero ahora sí.

La visibilización influyó más allá de la industria del espectáculo. Lo grafica el alza de denuncias por acoso sexual recibidas por la Dirección del Trabajo en el primer semestre de 2018: 234, 51% más que los 155 casos registrados en el mismo periodo de 2017.

Se legitimó la palabra de las mujeres y se popularizó el término “sororidad”, es decir, la solidaridad entre mujeres en un contexto de discriminación sexual.

Muchas sintieron que ahora sí podían hablar, resalta Valdés. “No tienen tanto miedo, porque lo que estaba detrás era el silencio por miedo y por vergüenza, pensaban ‘no me van a creer’. Por eso esto se complementó con la consigna ‘#Yo te creo’”.

Se hacen más frecuentes las columnas de género en prensa y radio, y la evaluación de publicidad sexista en programas de farándula, entre otros, agrega Mella.

Convergencia

Esta explosión de casos puede generar la impresión de que el fenómeno en Chile fue copiado. Pero no ocurrió así, asegura Valdés. El movimiento feminista chileno tiene una larga historia, aclara. “Lo que sí, en un mundo globalizado con comunicaciones tan inmediatas, se potencian unos con otros, hay una misma meta o lucha”.

Los distintos movimientos feministas llevan mucho tiempo trabajando el tema, resalta Hillary Hiner, académica de la Escuela de Historia de la U. Diego Portales. Y en Chile uno de los grandes motivantes, dice, fueron los movimientos estudiantiles de 2011, donde muchas estudiantes se involucraron en el feminismo, “no es algo necesariamente estipulado desde afuera, sino una convergencia”.

Es un cambio muy interesante en cuanto a conciencia, agrega Valdés, que ha llevado a muchos hombres a preguntarse qué hicieron mal. “Es un punto de partida para el cambio que necesitamos. Se dice que ‘siempre fue así, nunca dijeron nada, nunca a nadie le importo’, pero es desnaturalizar algo que en sí mismo es violencia neta”.

Se instaló la demanda por la igualdad de género en las salas de clases, en la televisión y en la música, sostiene Mella. Pero a la vez se despertó “un nivel de violencia misógina o de conflicto, preocupante. Hoy no hay ningún otro crimen que genere respuestas tan violentas como decir ‘soy feminista’”.

De ciertos sectores, dice Hiner, existe una fuerte pugna por cuestionar derechos de las mujeres. “En la marcha por aborto libre el 25 de julio dos mujeres fueron apuñaladas por el movimiento fascista. Parte del despertar feminista también es darnos cuenta que hay organizaciones que nos quieren quitar lo que hemos ganado”.

En agosto #MeToo se remeció al conocerse una denuncia de acoso sexual en contra la actriz Asia Argento, activista de la causa. ¿Debilita el movimiento? “No”, responde Cumplido. “De hecho lo hace más patente, porque finalmente el problema también es estructural. Asia Argento fue abusada y violada por Harvey Weinstein, pero ella también puede transformarse en una abusadora porque el problema está puesto en cómo se llega al poder en espacios dominados por hombres”.

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