La inevitabilidad de Lagos

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28 / 03 / 2016

Si la NM esperaba darse un festín destacando los malos recuerdos del gobierno de Piñera, la candidatura de Lagos abrirá muchos flancos para que la derecha cuestione los escándalos de corrupción ocurridos en el sexenio de Lagos y las decisiones controversiales, como el Transantiago y la extensión del crédito fiscal a las universidades privadas usando a los bancos como intermediarios.

Patricio Navia, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP.
Patricio Navia, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP.

Consciente de que su coalición no tiene una mejor alternativa, y sabiendo que el gobierno de Bachelet no tendrá capacidad de levantar un candidato alternativo, el ex Presidente Ricardo Lagos se siente como el candidato inevitable de la Nueva Mayoría. Aunque entiende que las nuevas generaciones pudieran sentirse incómodas de tener un abanderado que cumplirá 80 años en marzo de 2018, Lagos confía en que forzados a escoger entre él y la derecha, desaparecerán las resistencias internas en la izquierda y él será la carta de unidad en la NM.

Resulta incomprensible que la NM tenga que depender de un personaje tan directamente asociado a la vieja Concertación como su mejor alternativa para mantenerse en el poder después de 2017. Por más que hizo campaña hablando de renovación, participación y refundación —nada más fundacional que prometer una nueva constitución—, la Presidenta Bachelet tropezó con la misma piedra que en su primer periodo. Bachelet no nombró ningún ministro que pudiera potenciarse como figura presidencial. Pese a enfatizar su interés en los proyectos colectivos, las dos presidencias de Bachelet han fallado en potenciar nuevos líderes. En 2017, la Nueva Mayoría parece encaminada a repetir el esquema de 2009 de proclamar a un ex Presidente como candidato. Ejemplificando la falta de renovación en la centroizquierda, si Lagos es el abanderado de la Nueva Mayoría en 2017, será la tercera elección consecutiva en que esa coalición postula a un ex Presidente.

Es verdad que la candidatura de Frei en 2009 fue producto casi del azar. Frei solo se convirtió en candidato después de que los dos favoritos optaron por retirarse de la carrera. A fines de 2008, el ex ministro del Interior, José Miguel Insulza, incomprensiblemente optó por no candidatearse. Unos meses antes, el ex Presidente Lagos había condicionado su candidatura a una serie de requerimientos —que incluían la singular petición de que él debería influir sobre quiénes serían los candidatos al Parlamento de la coalición—. Como la Concertación rechazó las condiciones, Lagos declinó participar.

Aparentemente arrepentido de la decisión de no buscar un segundo mandato, Lagos ahora ha comenzado a movilizarse con fuerza para posicionarse como presidenciable. Sus aliados están activamente destacando su experiencia y minimizando sus evidentes debilidades, entre las que destacan su avanzada edad y su discreto apoyo en las encuestas (Lagos no tiene hoy la popularidad que tenía Bachelet 18 meses antes de que se iniciara la campaña de 2013). Al anunciar que tomará su decisión en marzo de 2017, Lagos anula la aparición de liderazgos alternativos en su coalición. Sabiendo que candidatos alternativos de izquierda constituirán un dolor de cabeza, el laguismo opera para desrielar la candidatura de Marco Enríquez-Ominami y de cualquier otro que pudiera aparecer por la izquierda extra-NM.

Hay buenas razones para entender por qué Lagos parece animarse a ser candidato nuevamente. Después de haber buscado la presidencia por primera vez hace 23 años —y ya con 30 años ocupando posiciones de liderazgo en el país—, Lagos es el principal referente político, todavía vivo (o al menos activo en la vida pública) de la generación que lideró la transición a la democracia. Su nombre está inevitablemente asociado a la experiencia. La suya fue una presidencia muy exitosa (aunque la experiencia con la segunda presidencia de Bachelet demuestra que eso no es garantía de nada).

Pero Lagos también carga con unos pasivos evidentes. Como correcta, pero intempestivamente, el propio Lagos señaló hace unos días, su legado se puede encontrar en los libros de historia. Como una de las figuras clave en el plebiscito de 1988 —cuando ni siquiera habían nacido varios de los líderes de la generación de recambio—, Lagos inevitablemente carga con los logros y fracasos de la generación que construyó el país que hoy tenemos sobre las bases del modelo económico —y la constitución— de Pinochet. Si bien es innegable que esa generación tuvo más éxitos que fracasos, la sola presencia de Lagos enmarca el debate en una perspectiva retrospectiva.

Como ex Presidente, Lagos también carga con pasivos. Si la NM esperaba darse un festín destacando los malos recuerdos del gobierno de Piñera, la candidatura de Lagos abrirá muchos flancos para que la derecha cuestione los escándalos de corrupción ocurridos en el sexenio de Lagos y las decisiones controversiales, como el Transantiago y la extensión del crédito fiscal a las universidades privadas usando a los bancos como intermediarios.

Con todo, Lagos aparece como el presidenciable más probable de la NM. Aunque eso no es garantía de nada —y el legado de un ex Presidente exitoso queda inevitablemente manchado si la gente lo rechaza en la elección—, el oficialismo no tiene, hoy por hoy, mejor carta. La decisión de Lagos de retrasar su decisión hasta marzo de 2017 deja en claro que el ex Presidente está haciendo todo lo posible para mantenerse como la mejor, y tal vez única carta, de la NM.

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