La defensora de las mujeres sin libertad

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23 / 10 / 2018

Ana María Stuven es Doctora en Historia de Stanford, ha investigado el papel de las chilenas en la historia –desde su lugar en la Colonia hasta su emancipación política en el siglo XX– y hace veinte años lucha por dar voz y capacitar a las mujeres privadas de libertad a través de la Corporación Abriendo Puertas. Por esto, ella es la ganadora del Premio Emprendedor Social 2018, organizado por revista ‘Sábado’ y la ONG Sistema B. Aquí, explica por qué, considerándose feminista, cree que las penas que se aplican a hombres y mujeres deberían ser distintas.

‘¡Mi boldo!’, dice Ana María Stuven, caminando por uno de los patios del centro penitenciario femenino en San Joaquín. Es un día tranquilo en el penal, caen unas gotas y el cielo está gris. En medio del pasto, un boldo y una palmera flanquean dos salas de clases sencillas, tipo container, con un letrero donde se lee ‘Corporación Abriendo Puertas’. Stuven ahora se acerca al árbol, arranca y huele una hoja. El boldo lo trajo desde su casa años atrás, cuando logró conseguir estas salas a través de donaciones, para organizar talleres y dar capacitaciones, enseñar oficios y sobre todo entregarles una oreja atenta a las mujeres privadas de libertad. Los árboles llegaron pequeños y ahora son grandes. Han pasado veinte años desde que esta historiadora, presidenta de la Corporación Abriendo Puertas, entró por primera vez a esta cárcel y se apasionó por el trabajo con internas.

Hoy, en las salas de taller se imparten cursos de desarrollo personal y manualidades. Hay máquinas de coser con las que las internas trabajan para Falabella y Mavesa en la confección de carteras, gracias a una alianza liderada por Abriendo Puertas. Al otro lado del penal, en dos salas pintadas de blanco con cardenales rojos plantados en la entrada, las reclusas que participan en las actividades de la Corporación pasan la tarde conversando con monitoras y ocupando sus manos. A un lado están las del taller de literatura, que muestran la antología de cuentos que están leyendo y también sus escritos, hechos de puño y letra. En la sala del lado, otras internas pintan y decoran pequeñas cajas, mientras reflexionan y discuten sobre el tema propuesto para esta tarde: el amor y la confianza. Aurora, una de ellas, sonríe pincel en mano y dice: ‘Hablamos acá también de nuestras cosas personales. Nos gusta’.

Ana María Stuven se pasea por el lugar saludando a gendarmes, reclusas y voluntarias, contando que la primera vez que vino, hace veinte años, las cosas eran muy distintas. Había menos asfalto y más tierra, pero, por sobre todo, menos espacio y hacinamiento, ya que la cárcel, diseñada para 600 mujeres, entonces recibía al doble de internas. Tras el incendio de la Cárcel de San Miguel, este edificio fue refaccionado y comenzó a recibir a imputadas, ayudando a aliviar la situación del recinto de San Joaquín.

Libres o no, el sumergirse en el mundo de otras mujeres no es tan lejano a lo que Stuven ha hecho en la otra parte de su vida, en su carrera profesional dedicada a la historia. Doctorada en Stanford, ella ha investigado y publicado sobre las vidas de las mujeres en Chile, repasando desde su papel en la Colonia hasta su emancipación política en el siglo XX.

–Por supuesto que ayuda el que yo me especialicé en estudios de la mujer y siempre me interesó el mundo de la mujer –dice sobre su llegada al mundo carcelario–. Esto me ha ayudado a pensar lo que es el rol del intelectual: un ser en contexto. Aunque lo que estudies aparentemente sea ajeno a una experiencia, como la de una mujer encarcelada, no lo es. Esto no es ajeno a mi labor de historiadora. No dejé la academia para entrar en la cárcel, sino que son complementarias.

–¿Es su trabajo en la Corporación un recordatorio constante de lo diferente que habría sido su vida, tan solo por venir de otro lugar?

–A mí esto me ha marcado la vida. Mi visión del mundo. Esta es la prueba palpable de cuánto te influye la educación, la georreferencialidad o el barrio donde naces, lo que influye en la contención sicológica, en el abuso sexual en la infancia. Todos estos elementos confluyen en estas mujeres no para que justifiques el delito, sino para que lo comprendas. A los ojos de la sociedad, estas mujeres son victimarias, pero son también víctimas de nosotros mismos. Víctimas de la exclusión. Y lo que me enseña esto es a mirar mi propia vida con exigencias y con humildad. A mí la cárcel me enseña que no puedo dormir tranquila en la bonanza en que vivo, si no me comprometo’.

Las vecinas de San Joaquín

Ana María Stuven estudió periodismo y alcanzó a ejercerlo, pero decidió que el ajetreo periodístico y su inmediatez no eran lo suyo. Entró a historia, donde encontró su lugar. Ya con dos hijos, en los años ochenta partió a Stanford, donde hizo su máster y doctorado; experiencia que recuerda con entusiasmo, aunque fue ahí también donde tuvo que sortear los problemas que enfrentan las mujeres en la academia. ‘Tenía un doble estigma: ser latinoamericana y ser mujer. Mi jefe de tesis era un típico americano WASP (el acrónimo en inglés para ‘Blanco, Anglosajón y Protestante’), al cual le tenía que demostrar que no iba a dejar botados los estudios, que no me iba a poner a llorar en clases, porque la idea de mujer latina era de una debilucha’, dice riendo. ‘Mi compañero en el doctorado me aconsejó decirle al profesor cuando hablara con él, ‘esto no es emocional’. Lo hice: tenía que demostrar racionalidad’.

De regreso en Chile, Stuven se fue especializando en historia latinoamericana y teoría política. Y, además, en las mujeres: escarbando entre sus obsesiones de investigación, fue dándose cuenta de que aunque la historia oficial no incluyera las voces femeninas, estas estaban ahí, influyendo en los cambios y avances del país. ‘No es que la mujer nunca haya estado en la historia, lo que pasa es que el rol que ocupamos en la historia no era el oficial institucionalizado de los hombres. Pero las mujeres, aunque no votáramos, educábamos a los hijos, influíamos en los maridos, íbamos a los hospitales. Estuvieron siempre ahí’. Hoy ha publicado varios libros, incluyendo dos tomos de Historia de la mujer en Chile.

La llegada a la cárcel fue casi fortuita. Era 1998 y Stuven trabajaba en el Instituto de Historia de la Universidad Católica. Mirando por la ventana, vio a lo lejos un terreno con árboles muy antiguos. Lo que pensó era un parque terminó siendo el Centro Penitenciario Femenino.

–Cuando supe que era un penal –recuerda– me pasaron cosas. En ese tiempo ya daba un curso de historia de mujeres, y sentí que ahí había algo que me estaba esperando. No una cosa ni mística ni esotérica, sino que una curiosidad especial. Hizo su primera visita a la cárcel de mujeres y el shock fue total.

–Me impactaron mucho las condiciones, los rostros de las mujeres e incluso los olores. Me siguieron persiguiendo durante varios días, incluso pensé que no iba a poder volver. Pero volví, y ofrecí hacer un taller.

–¿Por qué volvió? ¿Buscaba hacer algún trabajo social?

–No conscientemente. Quizá sí, en retrospectiva. Me sorprendió el encierro material de ellas, pero adentro tenían cierta libertad. Probablemente, tenía que ver con encierros míos en un mundo de gente libre, pero eso es una lectura sicológica bastante barata (se ríe). Gatilló algo en mí.

Stuven empezó a hacer talleres a las internas, con no mucho más que ofrecer que ganas de escucharlas y de aprender de las historias de las mujeres que no estaban en sus investigaciones históricas. Eran talleres de ‘desarrollo personal’, en los que partió por lo que consideró más importante: conversar.

–Lo que las mujeres requerían era ser escuchadas –explica–. Era importante que supieran que ellas no son solo el delito que cometieron. Me contaron sus dramas, los abusos infantiles. Me di cuenta de que ahí había un capital humano invisibilizado. Comenzó sola, pero al poco tiempo sumó a su amiga María Elena Riesco, y fueron llegando voluntarias. Hoy, la Corporación Abriendo Puertas reúne a más de 40 participantes y dictan más de 20 talleres al año, dedicados a manualidades y lectura.

Con el tiempo, empezaron a hacer capacitaciones laborales. Consiguieron una donación de la Cámara de la Construcción y levantaron una peluquería al interior del penal, donde las internas aprenden el oficio.

Desde 2016, las capacitaciones Sence que ofrece Abriendo Puertas han graduado, entre otras, a 44 peluqueras, 30 manicuristas, doce ayudantes de cocina, diez instaladoras de piso flotante y cerámicas, nueve gásfiter y 27 mujeres han tomado alfabetización digital. Este último trimestre se sumarán talleres para convertirse en ayudantes eléctricas y ayudantes de motores.

Por las salas de Abriendo Puertas ha pasado el 40 por ciento de la población del penal.

Pero Stuven y su equipo se toparon con un nuevo problema: qué pasa con ellas cuando recuperan la libertad.

–La experiencia nos ha mostrado que estas mujeres en situación de vulnerabilidad, cuando ingresan al penal abandonan a sus hijos y viven una situacion de culpabilidad horrible. Luego, el empobrecimiento, porque quien cuida a sus hijos afuera les cobra todo lo que ganan. Y como la mayoría de ellas está acá por delitos vinculados a la droga: salen libres, pobres, culposas, solas, ¿y quién las espera afuera? Se abre la puerta y ahí ya está la persona que les dice ‘aquí tienes un kilito para empezar’. Es la rueda de entrar y salir. Justamente por esto, la reincidencia en mujeres es mayor a la de hombres.

Inserción y reinserción

Si la historia de la mujer en Chile es una de invisibilización, quizá no hay mujeres más invisibles que las más pobres. En la cárcel algunas pueden estudiar en un liceo, dar la PSU, tomar talleres, aprender oficios. Pero una vez fuera, sin redes, dinero ni apoyo, la sociedad sigue sin darles un espacio. Sin verlas. ‘¿Cómo vamos a hablar de reinserción si son mujeres que nunca han estado insertas?’, resume Stuven. En ese contexto vino el siguiente paso para la corporación: conseguir que las mujeres a las que apoyan puedan encontrar trabajo.

Abriendo Puertas en Libertad ayuda a las exreclusas una vez fuera del penal con sus papeles o a resolver problemas prácticos iniciales. La Corporación tiene alianzas con empresas como Autopista Central, que les dan cupos de trabajo. Y ahora, en conjunto con el Ministerio de Justicia, Gendarmería y el Banco Estado, se adjudicaron un proyecto con el Banco Interamericano de Desarrollo enfocado en reinserción y microemprendimiento para mujeres en conflicto con la ley. Gracias a este programa, las internas hoy pueden optar entre programas de microemprendimiento y empleabilidad, o uno que combine ambas facetas. En la práctica, cuenta Stuven, 61 mujeres hoy reciben atención pospenitenciaria como parte de este plan.

–Es un esfuerzo titánico, pero tenemos a muchas mujeres trabajando en empresas constructoras y ha sido un éxito. Todo este aprendizaje de las mujeres aquí nos permitió postular auna subvención presidencial para precisar sus perfiles, de tal manera que podamos hacer una propuesta de políticas públicas para hacer capacitación adecuada. Que no se tire la capacitación al voleo.

–Después de años estudiando la historia de las mujeres en Chile, ¿qué ha aprendido de las mujeres en la cárcel?
–Muchísimo, y me encantaría escribir sobre eso también. Aprendí que todo lo que he estudiado de las mujeres es un segmento mínimo de la población. Ahora, es el segmento que ha hecho los cambios.

–Claro, la buguesía hace la revolución.

–Sí. Estas mujeres me han enseñado que existe un mundo que no dialoga con el otro. Lo que sí tienen en común las mujeres en la sociedad chilena es estar en una sociedad muy patriarcal. Para que el feminismo llegue a penetrar a las mujeres de la cárcel con la profundidad con que ha entrado al mundo profesional, es un proceso al que le queda mucho tiempo.

Stuven hoy piensa que si hay algo en esta área en que se puede trabajar en políticas públicas es en una diferenciación de género al minuto de las penas.

–Me considero feminista, creo en la igualdad de los derechos, en la igualdad del acceso, pero creo que las políticas públicas penitenciarias tienen que tener criterio de género. Es decir, que las penas que se les aplican a las mujeres, madres, primerizas, no deben ser las mismas que se les aplican a los hombres.

–Pero eso podría ser discriminación, castigando menos a mujeres por el mismo crimen de un hombre.

–Es una discusión que hay que tener, para establecer penas que tomen en consideración la realidad de la mujer en un sentido global. De manera que nos nos encontremos con el problema de hoy, donde muchas mujeres provienen del Sename o tienen a sus hijos en el Sename. Hay sistemas más creativos que meter a una mujer a la cárcel y separarla de los hijos.

Chile es un país de mujeres, y la historiadora cree que esto, en la privación de libertad, no se debe dejar de ver.

–Cuando una mujer entra a la cárcel, los hombres desaparecen y a ellas las visita la mamá. Y cuando un hombre entra a la cárcel, las mujeres acampan afuera del penal. Esto tiene que ver con una sociedad patriarcal, machista, en que la mujer, sobre todo en sectores populares, es la encargada del hogar. Ahí hay un doble castigo para ella: es castigada en su rol de madre y por el delito que cometió.

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