El virtuosismo de la claridad

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07 / 11 / 2018

Bannon proporciona una meta-narrativa a políticos chilenos de derecha para nombrarse, sin vergüenza ni complejos, con un dejo de orgullo, populistas de derecha, e inscribir su movimiento e ideas en un movimiento internacional. Ello vendría a darle un nombre programático a discursos ya operantes en Chile.

Steve Bannon, pieza clave en el éxito electoral de Trump y, según cuenta la leyenda, en otras tantas batallas electorales de la derecha en el globo, fue entrevistado por Axel Kaiser, director de la Fundación para el Progreso. Esta entrevista fue publicada y destacada en El Mercurio del Domingo 28 de octubre recién pasado. En ella, Bannon se declara abiertamente defensor de un “populismo de derecha” y muestra, sin tapujos ni complejos, la cruzada global en la que se encuentra hasta ahora exitosamente involucrado.

Precisemos la importancia de esta entrevista. Lo relevante no es Steve Bannon en sí mismo, cuya influencia en las derechas radicales es bastante menor a la que él mismo se asigna. Lo importante es la claridad de su diagnóstico, y la simpleza de su propuesta: ambas cosas se traducen en un documento impresionante en el que subyace parsimonia y algo de pausa en la ira. Esa entrevista es uno de los pocos documentos que permite encontrar un sentido general a fenómenos y acciones que, hasta ahora, se imponían como dispares o episódicos, pese a la fuerte sensación de que ellos estaban relacionados.

Bannon proporciona una meta-narrativa a políticos chilenos de derecha para nombrarse, sin vergüenza ni complejos, con un dejo de orgullo, populistas de derecha, e inscribir su movimiento e ideas en un movimiento internacional. Ello vendría a darle un nombre programático a discursos ya operantes en Chile. Solo un par de botones de muestra en base a tres términos claves del populismo de derecha:

  1. El pueblo contra la élite (propio de todo populismo): para José Antonio Kast, las luchas y marchas feministas de este frío invierno chileno expresaron una elite (una influenciada por el “marxismo cultural”, diría Bannon) que nada tiene que ver con las preocupaciones reales de las mujeres trabajadoras que sufren a diario sin tener expresión política, que es lo que él les ofrece. La noción de “ideología de género”, a la que tanto se recurre en Chile, puede traducirse, sin pérdida de contenido, en la teoría de Bannon de una conspiración global operada por el “marxismo cultural” cuyo efecto más evidente es la corrección política (political correctness) propia de las elites.
  2. La denuncia de los medios de comunicación como conspirativos: no hay nada que recuerde más a Trump que la acusación de Kast de que vivimos bajo una dictadura progresista instalada en los medios de comunicación que ataca y censura a quienes, como él, solo expresan el “sentido común” de los chilenos. Ese “sentido común” es una construcción hegemónica y puede, sin duda, construirse en los términos de un populismo de derecha, acusando básicamente a extranjeros por la pérdida de empleos y la disolución de nuestra identidad cultural.
  3. Nacionales contra extranjeros. Con un éxito inusitado en las redes, el Movimiento Social Patriota, que apoya a Kast, llama a no comprar productos Soprole, Nestlé o Loncoleche y a consumir Colún. Ello pues mientras que ésta es una cooperativa que expresa el trabajo chileno, las primeras representan intereses extranjeros y globales, cuya propaganda (en el caso de Soprole) recurriría —de modo temerario y amenazante para nuestra identidad— a la figura de inmigrantes y a símbolos de inclusión social. La amenaza al trabajo y a la identidad nacional constituye una amalgama populista raramente vista en nuestro país, pero que está en el corazón del discurso de Bannon.

Hasta ahora esos políticos de derecha han recurrido al concepto “populismo” para denostar a los programas de reforma social en América Latina. Bueno, ahora cuentan con un discurso de justificación y auto-glorificación que les permite identificarse a ellos mismos con ese concepto y darle así coherencia a sus prácticas.

El triunfo de Bolsonaro generó en América Latina, y reabrió en Europa la grieta entre la derecha dura y la blanda, entre la derecha pinochetista que apoya a Bolsonaro y quienes buscan distanciarse de él, quedándose básicamente con el programa de políticas neoliberales. Algo similar ocurre con los Republicanos en USA. El populismo de derecha de Bannon permite darle un contenido más sistemático a esa diferencia, reorganizando la controversia política e ideológica para llevarla más allá del plano del respeto a los derechos humanos, lo que se ha declinado en Chile como controversia (aun marginal) sobre las posiciones frente al Museo de la Memoria, pero sobre todo como una polémica respecto de lo que los padres fundadores quisieron hacer con la nación chilena: si una patria de inmigrantes y abierta culturalmente o una de chilenos cuya identidad es fija.

En este marco, tal y como se dan las cosas hoy, frente al crecimiento de la derecha populista a nivel internacional el éxito del gobierno de Piñera y su posible reproducción a través de algún “delfín” aparece como un escenario inocuo, casi aséptico, y, en principio, hasta deseable. Ello si la derecha neoliberal no se deja convencer y embarcar en la vía populista. En este sentido, la condescendencia del entrevistador (Kaiser) con su entrevistado (Bannon) no puede pasar desapercibida. Sorprende de hecho pues Kaiser ha propagado febrilmente el liberalismo económico hayekeano y, hace muy poco, publicó un libro virulento contra los populismos (desde Castro hasta Bachelet, pasando por Podemos, en un simplismo conmovedor) subtitulado “Por qué se arruinan nuestros países y cómo rescatarlos”. Por el mero principio de coherencia, uno queda a la espera de una crítica igualmente virulenta de Kaiser a Bannon: esta crítica no llegará.

La flauta de las ideas de Bannon tiene, sin duda, un fuerte poder de seducción en los oídos de la derecha, y Kaiser es muestra de ello. El problema sin embargo es otro y doble: el problema es, de una parte, que, en el escenario actual, no hay un real impugnador del tráfico de Kaiser, ni menos del gran productor de justificaciones de la idea de que un mundo común no es ni deseable ni posible (Bannon). Pero peor aún, el problema es que esas ideas pueden resultar seductoras para gente que tradicionalmente ha votado a la izquierda.

Este punto nos remite a los vasos comunicantes entre el pueblo de derecha e izquierda radical, el que no se reconoce en los términos ideológicos y espaciales de un eje (izquierda/derecha) cuya pertinencia damos por sentada. Los intereses y demandas de quienes se identifican y votan por las izquierdas y, sobre todo, las derechas radicales son legítimas, y se inscriben en sus registros existenciales, es decir en experiencias vitales.

Resulta de verdad increíble que esta derecha populista se haya vuelto en derecha popular (en el doble sentido del término, popular porque pobre, y popular porque goza de buena fama), arrebatándole a la izquierda buena parte de su clientela elemental. No hay seguridad de que sea posible rescatar a este bajo pueblo, cuyo sentimiento de abandono e incomprensión por las izquierdas —desde socialdemócratas hasta frenteamplistas, los primeros más que los segundos— ha sido devastador.

La lista de “indicios” y fenómenos a analizar podría ser más larga. El punto aquí es que lo dicho por Bannon constituye una referencia fundamental para todos quienes sienten que deben oponerse a este movimiento internacional —que, con Bolsonaro, alcanza nuestro continente— pero no saben ni siquiera a qué se enfrentan.

Esa entrevista trasunta la magnitud del desafío para las fuerzas progresistas nacionales e internacionales, hoy perplejas y sin vocabulario crítico. Lo relevante no es la figura de Bannon, sino el hecho de que al leerlo es evidente la existencia de un verdadero relato salvífico no solo de las economías nacionales sino también de la propia cultura occidental; relato cuya trama se ha alimentado de la producción intelectual y las luchas de la izquierda socialista y comunista y, al mismo tiempo, expone una teoría de la conspiración universal, según la cual dicha producción intelectual e institucional y sus luchas son ni más ni menos que la causa de la decadencia de las naciones y del occidente judeo-cristiano. Por eso, ellos se ven llamados a destruir (¿solo culturalmente?) a la izquierda y a restaurar lo que estas habrían devastado.

Si el pensamiento progresista y de izquierdas quiere comenzar a balbucear respuestas que den el tono del fenómeno al que se enfrenta debe comenzar por una deconstrucción de esta narrativa salvífica, cuestión que —dada su sofisticación y simpleza, un oximorom de gran rareza, cuyo alcance casi no conoce límites— supone un compromiso intelectual y de intelectuales públicos. Esta columna debiese ser seguida por una serie de otras cuyo centro de confluencia sea pensar crítica y deconstructivamente esa narrativa.

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