El humor que discrimina no es chiste

COMPARTIR

02 / 03 / 2016

Claudio Fuentes, director de la Escuela de Ciencia Política UDP.
Claudio Fuentes, director de la Escuela de Ciencia Política UDP.

El humor discriminador y sexista genera una consecuencia social negativa al reforzar las ideas prejuiciosas entre quienes tienen visiones discriminadoras o sexistas. En otras palabras, si la conversación social es discriminadora o sexista, aquella persona que tiene ideas más prejuiciosas establece una mayor tolerancia a la discriminación en su contexto inmediato.

En el año 2008, Thomas Ford, Christie Boxer, Jacob Armstrong y Jessica Edel presentaron los resultados de una investigación sobre humor. El estudio consideró dos experimentos. En el primero, se demostró que aquellos hombres que eran expuestos a chistes sexistas, se mostraban posteriormente menos proclives a realizar donaciones a organizaciones de mujeres. En el segundo, se demostró que hombres que observaban comedias sexistas mostraban una mayor predisposición a recortar recursos de organizaciones de mujeres, que a otro tipo de organizaciones.

La conclusión del estudio fue contundente: los hombres con una predisposición sexista hacia la mujer y que son expuestos a un humor sexista, se comportan luego en forma mucho más prejuiciosa hacia ellas. Traigo a colación esta investigación en el contexto de un debate social sobre el rol del humor político.

Este debate considera dos dimensiones. La primera se refiere a la libertad de expresión, ¿puede alguien pararse frente al escenario y decir lo que le dé la gana –incluso criticando las sacrosantas instituciones de la sociedad y el Estado?–. Si se censurara el libreto, ciertamente afectaría la libertad de expresión. Ahora bien, evaluar críticamente una presentación como aquí se hace no es sinónimo de intentar prohibir tal rutina, como sugiere Hugo Herrera. Así como los humoristas son libres de decir lo que quieran, así también podemos ejercer nuestra libertad de interpretar sus parodias y rutinas. En mi análisis no hay un intento prohibicionista, sino de una lectura, una interpretación de ciertos discursos dominantes en la sociedad.

Ahora bien, debemos reconocer que no siempre todo es divertido. Los humoristas entienden que para la gente hay cosas que en determinados contextos dejan de ser graciosas. Como afortunadamente no somos una sociedad estática, ciertas convenciones sociales van alterándose, afectando nuestra idea de lo que es “chistoso”. Hugo Herrera así lo reconoce. Entonces, ayer no había humorista que no personificara a un homosexual en forma despectiva o que le asignara a la mujer un rol exclusivamente sexual. Hoy aquello dejó de ser gracioso. No es que referirse a la homosexualidad o reírse de situaciones de connotación sexual deba prohibirse. Es la forma en que se expresan aquellos temas los que cambian y eso ocurre porque se alteran los contextos sociales.

La segunda preocupación se refiere a las consecuencias que tales rutinas podrían tener en la sociedad. Mientras para algunos el humor podría desatar fuerzas incontrarrestables, para otros son en realidad válvulas de escape que nos permiten liberar energía social. El humorista sería como un espejo social que nos enfrenta frente a nuestros propios prejuicios. Parece ser que la segunda interpretación se ajusta más a la realidad, toda vez que difícilmente, después de un espectáculo, veremos a la gente organizando una revolución.

Esto es lo más interesante: ¿estamos dispuestos a permitir en nuestras conversaciones públicas y habituales que se discrimine a una mujer, a un homosexual, a un indígena o a una inmigrante por su condición? ¿Toleraremos que un periódico publique las piernas de las diputadas y festine sobre aquello?

Lo anterior es cierto. El humor no encierra un peligro a la estabilidad de las instituciones. Pero aquello no debiese nublarnos la vista respecto de las consecuencias que genera en el actuar social. Retornando al experimento y vinculándolo con teorías de la discriminación, lo que se ha descubierto en psicología social es lo siguiente: primero, que el humor discriminador y sexista genera una consecuencia social negativa al reforzar las ideas prejuiciosas entre quienes tienen visiones discriminadoras o sexistas. En otras palabras, si la conversación social es discriminadora o sexista, aquella persona que tiene ideas más prejuiciosas establece una mayor tolerancia a la discriminación en su contexto inmediato.

Otros estudios que han indagado en la teoría de la discriminación han señalado que quienes son prejuiciosos, no solo presentan una mayor tolerancia a discriminar, sino que perciben el humor sexista como algo “gracioso” y que no admite tanta seriedad –el típico “pero si es solo un chiste”–. Pero además, estas personas se muestran menos proclives a considerar los temas de discriminación como algo que merece la pena atender. Es decir, se muestran mucho menos proclives a favorecer políticas asociadas a la reducción de la discriminación por condición étnica o de sexo –el típico “¿para qué preocuparnos de esto si hay temas más importantes?”–.

En otro artículo, Thomas Ford y Mark Ferguson (2004), sostienen que el humor discriminador permea nuestras relaciones sociales, creando un clima de tolerancia a ciertos comportamientos que socialmente consideramos aceptables o inaceptables. Si aceptamos que el o la humorista es un producto social, entonces se transforman en verdaderos termómetros de nuestra tolerancia. Y es precisamente esto lo más interesante: ¿estamos dispuestos a permitir en nuestras conversaciones públicas y habituales que se discrimine a una mujer, a un homosexual, a un indígena o a una inmigrante por su condición? ¿Toleraremos que un periódico publique las piernas de las diputadas y festine sobre aquello?

Pareciera que estamos en una transición, donde incluso el humor refleja transformaciones políticas y sociales.

Por ejemplo, no se permitieron hacer chistes atingentes a homosexuales sin antes valorar la Ley Zamudio. Su discurso evidentemente refleja un doble estándar brutal, pero aquella mención es fruto de años de luchas en contra de la discriminación. Quizás en unos años más ya no será tolerable en la sociedad aquel doble estándar. Lo mismo con la discriminación contra la mujer, o el trato que en el escenario se les da hoy a los inmigrantes.

El humor no es una simple válvula de escape para dejar en libertad deseos y aspiraciones no satisfechas. Para quienes tienen posturas discriminadoras y sexistas, el humor opera como una tabla de salvación reafirmadora de sus propios prejuicios. Natalia Valdebenito destacó precisamente porque rompió con aquellos prejuicios desde un discurso feminista. Pero, salvo ella, el humor en Viña tendió a reflejar bastantes prejuicios y sexismo.

Afortunadamente, muchos piensan que este humor discriminatorio está dejando de ser un chiste y esa es la verdadera novedad: que nos incomode y moleste cuando en rutinas y conversaciones se discrimine.

Ver columna aquí