¿Cuánto vale un parlamentario?

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19 / 06 / 2018

El intenso debate sobre la conveniencia de rebajarle el sueldo a los legisladores chilenos ha llevado a que los ciudadanos se pregunten cuánto vale realmente un legislador, cuántos necesita Chile y cómo debiese decidirse el sueldo que ellos reciben. Si bien hay mucho de aprovechamiento político en el debate, corresponde considerar cuánto es el óptimo que debiésemos gastar para que ellos hagan bien su trabajo y no vean el Congreso como una vía para el enriquecimiento personal o un mecanismo para financiar sus aventuras político-partidistas.

Desde que los diputados Gabriel Boric y Giorgio Jackson presentaron una moción en 2014 para rebajar el sueldo de los parlamentarios, la opinión pública ha estado más consciente sobre las altas remuneraciones que éstos reciben. Nuestros legisladores están entre los mejor pagados del mundo. Pero muchos de los datos que se manejan son engaños o llevan a confusión. Por ejemplo, si bien en Chile en general la gente habla de su sueldo líquido, las remuneraciones de los parlamentarios se informan como el sueldo bruto. Dada las altas tasas de impuestos para las personas de más altos ingresos, casi un tercio del sueldo de los parlamentarios va directamente a impuestos a la renta. Es verdad que la cantidad sigue siendo alta cuando se considera el sueldo líquido, pero es injusto comparar el sueldo líquido de los chilenos con el sueldo bruto de un parlamentario.

Precisamente porque la labor de un parlamentario es importante para el buen funcionamiento de la democracia, resulta obvio suponer que los legisladores debieran tener remuneraciones conmensurables con la importancia de sus cargos. Los legisladores y muchos funcionarios públicos debieran estar motivados más por el servicio público que por su sueldo, pero los legisladores son seres humanos, no santos. Si los sueldos de éstos y otros funcionarios públicos bajan demasiado, será difícil reclutar a personas que no tienen riqueza propia y cuyo valor de mercado les permitiría ganar mejores sueldos en el sector privado. El Congreso se llenaría de personas de alto patrimonio que no necesitan depender de un sueldo, de idealistas que no tienen familias, de jóvenes que recién empiezan sus carreras o de profesionales cuyo valor de mercado es bajo y para quienes un sueldo fiscal les resulta una alternativa más atractiva que salir a buscar pega al mercado laboral.

Tal vez algo de eso ya está ocurriendo. Para muchos legisladores, la dieta parlamentaria es un sueldo mucho más alto que el que ganarían en el sector privado. Pero no podemos olvidar que tomar la decisión de pagarles menos va a tener algunas consecuencias negativas. Primero, si sólo se baja el sueldo de los legisladores, entonces será más atractivo —para todos aquellos que dependen de un sueldo para pagar las cuentas a fin de mes— trabajar en el Ejecutivo que en el Legislativo. Porque los sueldos y la reputación serán mejores en el Ejecutivo, la calidad de los legisladores y el aprecio que tienen por su trabajo inevitablemente disminuirá. Cualquier persona que debe seguir haciendo la misma pega con una rebaja de sueldo inevitablemente le tendrá algo menos de cariño a su trabajo. Además, cuando bajan los sueldos de los legisladores, aumentan los incentivos para la corrupción. No sabemos cuál será el efecto inmediato, pero es iluso pensar que bajar los sueldos es una medida que no tiene externalidades negativas.

Si bien parece haber amplio acuerdo en que los sueldos de los legisladores son muy altos, no está claro cuál es la mejor solución para corregir el problema. Uno pudiera pensar que reducir el número de legisladores también pudiera ser una buena idea. Evidentemente nunca hubo una justificación seria para aumentar el número de diputados de 120 a 155 y de senadores de 38 a 43 (y 50 en 2022). Esa decisión se tomó para lograr que los propios legisladores aceptaran remplazar el sistema binominal por uno más proporcional. Nunca nadie demostró que se necesitaban más legisladores para legislar mejor.

Tampoco está claro quién y cómo se debería fijar el sueldo de los parlamentarios, ni se sabe si es buena idea que se establezca tomando en consideración su trayectoria profesional previa o se asocie a qué tan bien hacen su trabajo como legisladores. La discusión está saludablemente abierta.Hay gente razonable que discrepa sobre cuál es el mejor camino. Lo único que no podemos olvidar en el proceso es que si bien una rebaja al sueldo de los legisladores puede tener consecuencias positivas, también hay que intentar minimizar las consecuencias negativas de una medida que es comprensiblemente tremendamente popular.

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