Columna de Hillary Hiner sobre el TC: “Cara de adolescente, cara de desesperación”

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19 / 08 / 2017

hilaryy hinnerCuando tenía 13 años me enteré de que una amiga había sido violada por un tío. Éramos tres encerradas en la pieza y el olor a gin estaba muy fuerte. Lloraba de rabia y de frustración. La tratábamos de calmar, pero fue muy difícil. Después de un rato ya se iban quitando los efectos del alcohol y nos fuimos para la casa, nunca más lo hablamos. Es terrible decirlo. Mi ser activista de ahora me reta: ¿por qué no hicimos más? ¿por qué no tratamos de ayudarla? Creo que nos sentimos muy pequeñas, no supimos qué hacer ni dónde buscar ayuda. Eran otros tiempos, antes de los números telefónicos para denunciar o casas de acogida, o sí existieran en otros lados, no lo sabíamos o no los hubo en el pequeño pueblo rural adonde vivía. La historia de mi amiga me marcó ese día, y la escena vuelve a mi memoria una y otra vez. Creo que fue porque ese día se me reveló una fuerte verdad: a nosotras nos violentan, nos violan, y es como si no pasara nada.

Después empecé a escuchar y ver más. Pensé en mis dos vecinas abusadas sexualmente en la infancia, hablamos de sus miedos frente los hombres y el sexo. Empecé a comprender que el abuso sexual infantil te marca de por vida; aunque salgas “bien”, siempre está ahí. Con los años se iban amontonando cada vez más los casos: amigas violadas por otros amigos en carretes, amigas violadas por desconocidos, amigas violadas por parejas, amigas violadas. Trabajé en una casa de acogida y ahí conocí un mundo de mujeres que trataban de rehacer sus vidas y dejar atrás la violencia. Muchas de ellas también fueron violadas, en la infancia, en la adolescencia, en la adultez. Empecé a dedicarme como académica a trabajar la violencia machista y ahí escuché historias orales de muchas mujeres más: mujeres campesinas, mujeres pobladoras, mujeres indígenas, mujeres afrodescendientes, mujeres lesbianas, mujeres trans; muchas violadas en diferentes momentos de sus vidas. Las mujeres que fueron presas políticas durante la dictadura, también muchas violadas; eso se llama violencia política sexual. Ahora como profesora universitaria me ha tocado escuchar casos de estudiantes, violadas en carretes universitarios por otros estudiantes, violadas por pololos que pensaban que las amaban o por amigos que pensaban que las respetaban.

La violencia sexual se ha vuelto un constante, es tan evidente que a veces pasa desapercibida. Nos afecta a todas y me lleno de rabia cuando escucho argumentos o idioteces como si no fuera así, o como si las mujeres “buscaran” la violencia sexual. Es tan lejos de la verdad y tan malo pensar así que sólo puedo asumir que las personas que dicen tales cosas lo hacen sabiendo muy bien que no es así (pero tienen que decirlo por los dividendos políticos) o que lo dicen por una fe religiosa monstruosa, totalmente fundamentalista y ciega frente a la realidad. Pero nada de eso lo justifica. Que la mujer es sólo “administradora” de su cuerpo o que “presta su cuerpo”; que una niña de 11 años tiene la “madurez” para enfrentar un embarazo no deseado, producto de una violación de su padrastro, ¿de verdad de qué estamos hablando? ¿Las mujeres no somos seres humanos, sino sólo unos envases para ser llenados? ¿Unos úteros al servicio del patriarcado? ¿No podemos tomar nuestras propias decisiones sobre nuestros cuerpos y salud reproductiva, en particular en casos terriblemente difíciles y dolorosos como después de la violencia sexual?

Si tienes amigas y nunca han sido violadas, qué bien, pero probablemente no es así. Todavía hay mucho estigma y es difícil hablar del tema, incluso después de que hayan pasado muchos años. Lo más probable es que alguien de tu entorno: tu vecina, tu colega en el trabajo, tu amiga, tu madre o tu hermana, sí ha sido violada. En el Tribunal Constitucional la gran abogada feminista Lidia Casas nos contó la historia de su abuela, que fue violada a los 12 años por el patrón del fundo. Lo hacía en el marco de un argumento sobre la constitucionalidad de la ley de la interrupción del embarazo en tres causales. Lo hizo para recordarnos que la causal de violación tiene “rostro de niña, cara de adolescente”. Al leer esta frase me llegó a la mente de inmediato la cara de mi amiga, descompuesta por el llanto, los gritos y el alcohol. La cara de adolescente es la cara de la desesperación.

El Tribunal Constitucional, compuesto por ocho hombres y dos mujeres, decidirá si Chile toma un paso hacia lo correcto, proveyéndonos con un piso mínimo de derechos reproductivos básicos para las mujeres y niñas, o si nos devuelve a los tiempos oscuros dictatoriales de 1989, cuando nos quitaron el derecho al aborto terapéutico, vigente desde 1931. Como feminista, mi posición es por el aborto libre, seguro y gratuito. No nos confundamos, esta ley no es una ley de aborto libre y no despenalizará el aborto en la gran mayoría de los casos. Por tanto, todas esas mujeres que están abortando hoy y mañana, en particular aquellas que lo hacen con pastillas en la casa y con amigas, todavía van a ser criminalizadas y perseguidas. Todavía falta mucho para que se entienda que el aborto no debe ser sólo para algunas pocas que cumplan con estas tres causales, sino para todas. Pero, sin duda, una decisión desfavorable del Tribunal Constitucional nos llevará en la dirección opuesta. No podemos permitir eso.

Leer columna en The Clinic