Ana María Stuven: La historia pisa el acelerador

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09 / 04 / 2018

1968 es un momento de profunda aceleración del tiempo histórico; uno de esos años, como 1810 en América, en que decanta una serie de fenómenos e inquietudes que amplían y reinterpretan conceptos políticos y sociales básicos. Así como en el siglo XIX el concepto de revolución transitó para designar una transformación política profunda, en 1968 adquirió un contenido cultural de profundas consecuencias para la posteridad. Fue, en ese sentido, un punto de inflexión que ha servido para nombrar a toda una generación que, con el lema “la imaginación al poder”, quiso imponer nuevos valores y derechos sociales; entronizar al individuo en el espacio público, alterar el sentido de la educación, destacar el valor del intelectual, y conquistar nuevos espacios de libertad para la mujer.

Todo aquello solo se hizo vistoso en 1968. En ese sentido, Mayo del 68 no fue una causa, sino un momento de explosión de aquello que ya estaba ocurriendo entre jóvenes e intelectuales que se proponían presionar para imponerse como interlocutores ante un Estado al que culpaban de carente de sensibilidad ante la sociedad civil y los grupos sociales que reclamaban un lugar. El asesinato de Martin Luther King, ese mismo año, es el resultado de las contradicciones de un movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos que hacía tiempo agitaba a partidarios y detractores. La lucha por los derechos de la mujer y el movimiento hippie de liberación sexual estaban también ya en las calles y los foros en 1968. El movimiento estudiantil en Francia fue, en ese sentido, una mecha que encendió y permitió que se esparcieran como reguero de pólvora por Europa, Estados Unidos y el resto de América las mismas demandas. De hecho, si miramos a los estudiantes chilenos, ya en 1967 se habían tomado la Universidad Católica demandando mayor participación y cambios en la estructura universitaria.

Los “revolucionarios del 68” demostraron, por cierto, su capacidad de actuación sin el Estado, aunque exageraron su “poesía revolucionaria”, como escribió Marcel Gauchet. Ello permite entender que el historiador Tony Judt considere que terminaron mal: 10 años después surgían las Brigadas Rojas en Italia y el grupo Baader-Meinhof en Alemania. La promesa incumplida daba cauce al terrorismo.

No es posible pensar que 50 años después las demandas del 68 estén pendientes en el mismo sentido que la narrativa histórica recoge su contingencia hoy. El mundo ha cambiado; aunque las preocupaciones comunes a esos años, como son la educación, los derechos sociales, el rol del Estado y la cultura sean las mismas, hoy se insertan en un universo donde la tecnología y la globalización agregan e imponen otros desafíos.

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